jueves, 20 de diciembre de 2007

Os propongo un viaje...



EL FAJIN por Arantza Sinobas

Un barco pasa por la línea del horizonte. El sol está en el centro del cielo y produce un calor asfixiante. El mar está en calma. Una calma desesperante. Ni una brizna de brisa, ni un soplo de aire que refresque el cuerpo y el alma. En la cubierta, la madera está reseca. La pintura sólo es ya una sombra de lo que recubrió con esplendor esa superficie en tiempos gloriosos. La sal brilla como pequeñas esquirlas de diamante clavadas en los listones de la parte más alta de la proa. Allí se alza hacia el cielo una figura humana enhiesta como el palo mayor. No se mueve. No habla. Sólo está. Sólo existe. Su piel está cubierta por una trama de sal reseca. Lleva enredado a la cintura un roído y desteñido fajín bordado en oro y plata. Algo emana de él que lo hace seguir impresionando a quien lo mira. En sus manos sostiene una caja de cristal transparente cubierta de gotas de mar convertidas en una telaraña de sal. Sus ojos están abiertos y miran, sin mirar, hacia la lejanía. No hay expresión en ellos. Sólo una firme mirada dirigida al final de los tiempos.

Del otro extremo de la cubierta y de una puerta pequeña y estrecha, sale otra figura envuelta en una túnica blanca con la que se resguarda de la luz y del calor. Con lentitud se acerca hasta el lugar donde está clavado el hombre del fajín. A lo largo del recorrido, sus ojos no abandonan el suelo, fijos en sus propios pasos. Cuando llega hasta él, saca un sencillo paño de algodón blanco y un cuenco con agua dulce. Empapa el paño y limpia con delicadeza la caja de cristal hasta que la telaraña de sal desaparece y un sutil arcoiris se refleja en todas sus caras. Entonces, y sólo entonces, guarda el paño y el cuenco y deshace lo andado hasta la pequeña puerta para desvanecerse sin dejar el mínimo rastro de su existencia.

Tres días más tarde, en los que se ha repetido el mismo ritual entre las dos figuras, el viento empieza a soplar con fuerza. Las velas se hinchan orgullosas e impulsan al barco hacia un punto que aparece insinuado en el horizonte. Las nubes cubren con decisión al sol justiciero y dan una tregua al débil cascarón que intenta sobrevivir desesperadamente como si debiera cumplir no se sabe qué promesa. Y sobre su cubierta, como quien se ha hecho inmune al tiempo y al espacio, el hombre del fajín y su caja de cristal, siendo un solo ente indivisible. Una gélida lluvia comienza a caer con bravura y los acosa durante tres largos días.
Un amanecer entre nieblas el navío arriba a un retorcido malecón de negras maderas podridas, oculto entre una densa vegetación. El barco encalla suavemente entre unas rocas, suspirando un leve crujido. La figura de la túnica blanca sale una vez más por la pequeña puerta de madera y se acerca como siempre al hombre del fajín. Saca el paño y el cuenco y lava otra vez la caja de cristal. Y se queda inmóvil frente a él. El hombre del fajín empieza a andar y la figura de la túnica blanca le sigue unos pasos más atrás. Desembarcan y la vegetación se los traga como si nadie hubiese estado allí jamás.

El era el mejor. Su trapecio surcaba el aire cada noche en una arriesgada danza con el vacío. Nunca quiso tener red.
Una de esas noches,ella estaba entre el numeroso y asombrado público y él la vio desde lo alto. Llevaba un bello turbante bordado en oro y plata. Era una estrella fulgurante. Imposible no verla,imposible no caer rendido a sus pies cuando acabó la función. Ella lo levantó con su mirada. Unos ojos infinitos donde él vio el universo. Siguió mirándola el resto de la noche hasta que el amanecer se la llevó.Pero en el suelo, abandonado, quedó el turbante que había ocultado sus largos cabellos de azabache. Desde entonces, ése fue su fajín. Con él, ceñido en la cintura, actuó el resto de las noches. Hasta que un lluvioso atardecer, un alguien misterioso deslizó silenciosamente en su camerino un paquete. Su curiosidad quitó con torpe rapidez el papel que lo envolvía. Apareció una caja de cristal transparente que atrapaba pequeños arco iris en todas sus caras. Y en su interior, dos ojos infinitos donde él una noche vio el universo. En un papel tembloroso leyó el nombre de un país que estaba al otro lado del océano y unas líneas manuscritas con cruel elegancia que nunca más se podrían borrar de su mente.
Al día siguiente embarcó en el primer barco que partía hacia ese lejano lugar. La embarcación sufrió todo tipo de calamidades hasta quedarse casi sin tripulación. Pero él nunca quiso abandonarlo y se quedó de pie en la cubierta, mirando hacia el nombre del país que leyó aquel atardecer, sosteniendo la caja de cristal entre las manos. Finalmente nadie quedó en aquel barco maldito. Salvo una figura, que envuelta en una túnica blanca, se ocupó de él sin palabras.

El camino asciende penosamente hasta la cima de una vertiginosa montaña. Cuando vuelven a tener cielo sobre sus cabezas, descubren una cueva. Entran en su húmeda oscuridad. Detrás de un saliente que doblan palpando la fría roca con las manos, miles de lamparillas de aceite encendidas crean una tenue claridad que hace bailar a las sombras como si fueran mágicos seres. Y dibujan un camino que se va elevando entre abruptas paredes. En ellas, pequeñas figuras están incrustadas caprichosamente, rodeadas de flores silvestres y bañadas en polvo de incienso. Tras un largo recorrido, aparece súbitamente ante sus ojos una amplia cúpula natural. En el centro, sobre un pedestal rectangular hecho de mármol blanco, descansa un cuerpo envuelto en una túnica blanca bordada en oro y plata. El hombre del fajín se acerca despacio con el silencio devorándole los latidos del corazón.
Es entonces cuando vuelve a sentir toda la sangre que viaja con violencia por su cuerpo. El rostro que durante todo su viaje ha sido su brújula aparece sin pudor en sus retinas, enmarcado entre pliegues . Mira la caja que lleva entre sus manos. Respira muy hondo unos segundos haciendo que el vaho que sale en volutas de su boca, haga desaparecer los pequeños arcoiris del cristal. Abre la caja con dedos torpes, nerviosos. Realiza una última respiración y extrae con tierno cuidado aquello que le ha traído hasta este remoto y desconocido lugar. Como el que coloca un par de estrellas en la inmensidad de la galaxia, el hombre del fajín devuelve a ese rostro lo que era suyo, lo que siempre le perteneció. Y por un momento el universo se refleja en esos ojos una vez más. Lo exacto para decirle gracias, adiós.

El hombre del fajín se gira y busca con una mirada húmeda a la figura de la túnica blanca. Sólo encuentra la túnica caída en el suelo. Baja del pedestal con desconcierto y ve que sobre ella están el cuenco y el paño de algodón que tanto conoce. En el paño, sus ojos leen unas palabras nuevas recién bordadas en oro y plata. Sus dedos desatan el desgastado fajín de su cintura y lo dejan resbalar hasta que cae dulcemente al suelo. Un gesto de contenida emoción se apunta en sus rígidos labios cuando gira sobre sí mismo y se va...para siempre.


jueves, 13 de diciembre de 2007

Navidad...otra vez!



Ya está aquí de nuevo, como si no hubiera pasado todo un año.
Luces, árbol, comidas, cenas...joder!
Es inevitable pasarlas, por lo tanto...seamos positivos: igual de rápido que llegan...se van!
Que lo paseis lo mejor posible, vale?
Estas "postalitas navideñas" las he hecho yo misma. No compro ninguna hace mucho tiempo.
Os las dedico.

miércoles, 12 de diciembre de 2007

Un Detective Samurai


Laura Joh Rowland es descendiente de emigrantes chinos y coreanos. Se crió en Michigan, Estados Unidos, y estudió en la universidad del estado, donde se licenció en Microbiología y se especializó en Salud Pública. Vive en Nueva Orleans con su marido, Marty, y sus tres gatos. Con su estilo minucioso y rico en detalles, Rowland ha creado al memorable detective samurái Sano Ichiro, una especie de antepasado de Philip Marlowe y Sam Spade que, ataviado con su espada y su quimono, despliega todo su arte de investigador en el Japón hermético y misterioso del siglo XVII.

martes, 4 de diciembre de 2007

Felicidades amigo,no...hermano


Que el universo o quién quiera que esté encargado de repartir deseos, o mejor, necesidades, pose sobre tu almohada un cajón de bendiciones esta noche para que cuando despiertes, tu vida ya no sea tu vida. Que sea tu sueño real.
Dicen que todo tiene su razón de ser y su momento ideal. Ojalá.
Te quiero mi hermano.
Muchísimas felicidades, Claudio.

Para ver ahora


Tres muestras de lo mucho y bien que produce el cine asiático.
Recogen premios aquí y allá y ahora mismo están en los cines de nuestras ciudades.
Aprovechad y daos un festín. Las hay para todos los gustos...