jueves, 20 de diciembre de 2007

Os propongo un viaje...



EL FAJIN por Arantza Sinobas

Un barco pasa por la línea del horizonte. El sol está en el centro del cielo y produce un calor asfixiante. El mar está en calma. Una calma desesperante. Ni una brizna de brisa, ni un soplo de aire que refresque el cuerpo y el alma. En la cubierta, la madera está reseca. La pintura sólo es ya una sombra de lo que recubrió con esplendor esa superficie en tiempos gloriosos. La sal brilla como pequeñas esquirlas de diamante clavadas en los listones de la parte más alta de la proa. Allí se alza hacia el cielo una figura humana enhiesta como el palo mayor. No se mueve. No habla. Sólo está. Sólo existe. Su piel está cubierta por una trama de sal reseca. Lleva enredado a la cintura un roído y desteñido fajín bordado en oro y plata. Algo emana de él que lo hace seguir impresionando a quien lo mira. En sus manos sostiene una caja de cristal transparente cubierta de gotas de mar convertidas en una telaraña de sal. Sus ojos están abiertos y miran, sin mirar, hacia la lejanía. No hay expresión en ellos. Sólo una firme mirada dirigida al final de los tiempos.

Del otro extremo de la cubierta y de una puerta pequeña y estrecha, sale otra figura envuelta en una túnica blanca con la que se resguarda de la luz y del calor. Con lentitud se acerca hasta el lugar donde está clavado el hombre del fajín. A lo largo del recorrido, sus ojos no abandonan el suelo, fijos en sus propios pasos. Cuando llega hasta él, saca un sencillo paño de algodón blanco y un cuenco con agua dulce. Empapa el paño y limpia con delicadeza la caja de cristal hasta que la telaraña de sal desaparece y un sutil arcoiris se refleja en todas sus caras. Entonces, y sólo entonces, guarda el paño y el cuenco y deshace lo andado hasta la pequeña puerta para desvanecerse sin dejar el mínimo rastro de su existencia.

Tres días más tarde, en los que se ha repetido el mismo ritual entre las dos figuras, el viento empieza a soplar con fuerza. Las velas se hinchan orgullosas e impulsan al barco hacia un punto que aparece insinuado en el horizonte. Las nubes cubren con decisión al sol justiciero y dan una tregua al débil cascarón que intenta sobrevivir desesperadamente como si debiera cumplir no se sabe qué promesa. Y sobre su cubierta, como quien se ha hecho inmune al tiempo y al espacio, el hombre del fajín y su caja de cristal, siendo un solo ente indivisible. Una gélida lluvia comienza a caer con bravura y los acosa durante tres largos días.
Un amanecer entre nieblas el navío arriba a un retorcido malecón de negras maderas podridas, oculto entre una densa vegetación. El barco encalla suavemente entre unas rocas, suspirando un leve crujido. La figura de la túnica blanca sale una vez más por la pequeña puerta de madera y se acerca como siempre al hombre del fajín. Saca el paño y el cuenco y lava otra vez la caja de cristal. Y se queda inmóvil frente a él. El hombre del fajín empieza a andar y la figura de la túnica blanca le sigue unos pasos más atrás. Desembarcan y la vegetación se los traga como si nadie hubiese estado allí jamás.

El era el mejor. Su trapecio surcaba el aire cada noche en una arriesgada danza con el vacío. Nunca quiso tener red.
Una de esas noches,ella estaba entre el numeroso y asombrado público y él la vio desde lo alto. Llevaba un bello turbante bordado en oro y plata. Era una estrella fulgurante. Imposible no verla,imposible no caer rendido a sus pies cuando acabó la función. Ella lo levantó con su mirada. Unos ojos infinitos donde él vio el universo. Siguió mirándola el resto de la noche hasta que el amanecer se la llevó.Pero en el suelo, abandonado, quedó el turbante que había ocultado sus largos cabellos de azabache. Desde entonces, ése fue su fajín. Con él, ceñido en la cintura, actuó el resto de las noches. Hasta que un lluvioso atardecer, un alguien misterioso deslizó silenciosamente en su camerino un paquete. Su curiosidad quitó con torpe rapidez el papel que lo envolvía. Apareció una caja de cristal transparente que atrapaba pequeños arco iris en todas sus caras. Y en su interior, dos ojos infinitos donde él una noche vio el universo. En un papel tembloroso leyó el nombre de un país que estaba al otro lado del océano y unas líneas manuscritas con cruel elegancia que nunca más se podrían borrar de su mente.
Al día siguiente embarcó en el primer barco que partía hacia ese lejano lugar. La embarcación sufrió todo tipo de calamidades hasta quedarse casi sin tripulación. Pero él nunca quiso abandonarlo y se quedó de pie en la cubierta, mirando hacia el nombre del país que leyó aquel atardecer, sosteniendo la caja de cristal entre las manos. Finalmente nadie quedó en aquel barco maldito. Salvo una figura, que envuelta en una túnica blanca, se ocupó de él sin palabras.

El camino asciende penosamente hasta la cima de una vertiginosa montaña. Cuando vuelven a tener cielo sobre sus cabezas, descubren una cueva. Entran en su húmeda oscuridad. Detrás de un saliente que doblan palpando la fría roca con las manos, miles de lamparillas de aceite encendidas crean una tenue claridad que hace bailar a las sombras como si fueran mágicos seres. Y dibujan un camino que se va elevando entre abruptas paredes. En ellas, pequeñas figuras están incrustadas caprichosamente, rodeadas de flores silvestres y bañadas en polvo de incienso. Tras un largo recorrido, aparece súbitamente ante sus ojos una amplia cúpula natural. En el centro, sobre un pedestal rectangular hecho de mármol blanco, descansa un cuerpo envuelto en una túnica blanca bordada en oro y plata. El hombre del fajín se acerca despacio con el silencio devorándole los latidos del corazón.
Es entonces cuando vuelve a sentir toda la sangre que viaja con violencia por su cuerpo. El rostro que durante todo su viaje ha sido su brújula aparece sin pudor en sus retinas, enmarcado entre pliegues . Mira la caja que lleva entre sus manos. Respira muy hondo unos segundos haciendo que el vaho que sale en volutas de su boca, haga desaparecer los pequeños arcoiris del cristal. Abre la caja con dedos torpes, nerviosos. Realiza una última respiración y extrae con tierno cuidado aquello que le ha traído hasta este remoto y desconocido lugar. Como el que coloca un par de estrellas en la inmensidad de la galaxia, el hombre del fajín devuelve a ese rostro lo que era suyo, lo que siempre le perteneció. Y por un momento el universo se refleja en esos ojos una vez más. Lo exacto para decirle gracias, adiós.

El hombre del fajín se gira y busca con una mirada húmeda a la figura de la túnica blanca. Sólo encuentra la túnica caída en el suelo. Baja del pedestal con desconcierto y ve que sobre ella están el cuenco y el paño de algodón que tanto conoce. En el paño, sus ojos leen unas palabras nuevas recién bordadas en oro y plata. Sus dedos desatan el desgastado fajín de su cintura y lo dejan resbalar hasta que cae dulcemente al suelo. Un gesto de contenida emoción se apunta en sus rígidos labios cuando gira sobre sí mismo y se va...para siempre.


jueves, 13 de diciembre de 2007

Navidad...otra vez!



Ya está aquí de nuevo, como si no hubiera pasado todo un año.
Luces, árbol, comidas, cenas...joder!
Es inevitable pasarlas, por lo tanto...seamos positivos: igual de rápido que llegan...se van!
Que lo paseis lo mejor posible, vale?
Estas "postalitas navideñas" las he hecho yo misma. No compro ninguna hace mucho tiempo.
Os las dedico.

miércoles, 12 de diciembre de 2007

Un Detective Samurai


Laura Joh Rowland es descendiente de emigrantes chinos y coreanos. Se crió en Michigan, Estados Unidos, y estudió en la universidad del estado, donde se licenció en Microbiología y se especializó en Salud Pública. Vive en Nueva Orleans con su marido, Marty, y sus tres gatos. Con su estilo minucioso y rico en detalles, Rowland ha creado al memorable detective samurái Sano Ichiro, una especie de antepasado de Philip Marlowe y Sam Spade que, ataviado con su espada y su quimono, despliega todo su arte de investigador en el Japón hermético y misterioso del siglo XVII.

martes, 4 de diciembre de 2007

Felicidades amigo,no...hermano


Que el universo o quién quiera que esté encargado de repartir deseos, o mejor, necesidades, pose sobre tu almohada un cajón de bendiciones esta noche para que cuando despiertes, tu vida ya no sea tu vida. Que sea tu sueño real.
Dicen que todo tiene su razón de ser y su momento ideal. Ojalá.
Te quiero mi hermano.
Muchísimas felicidades, Claudio.

Para ver ahora


Tres muestras de lo mucho y bien que produce el cine asiático.
Recogen premios aquí y allá y ahora mismo están en los cines de nuestras ciudades.
Aprovechad y daos un festín. Las hay para todos los gustos...

miércoles, 28 de noviembre de 2007

Hoy no es un gran día




No, definitivamente ni hoy ni menos ayer, han sido un gran día, Serrat...
No te culparé porque seguro que tu deseo era de corazón.
Y para paliar tanta decepción, cansancio y mala suerte, me he refugido en mi imaginación y he hecho este ejercicio rápido de lápiz y Photoshop.
Viéndolo ahora pienso: "Bueno, quizá no haya sido finalmente tan malo..."

martes, 27 de noviembre de 2007

YA ES NAVIDAD EN BRUNO PEKÍN


EL TIEMPO NOS PERTENECE



1

Iñaki sale de San Mamés con una mala ostia que no veas. El 0-3 con el Murcia le ha acabado de fundir los plomos. En su cabeza se ha puesto en marcha un chirriante music-hall protagonizado por niñatos que no sudan la camiseta, entrenadores melifluos, periodistas ignorantes y directivos pusilánimes que engordan a su costa. Panda de hijos de puta...Le están jodiendo la vida. A él, un veterano de los de verdad, que navegó en las gabarras del éxtasis, que ha estrechado la mano de San Clemente en tantas ocasiones, que se partió la cara en el Vicente Calderón en el 93 (tres puntos de sutura en la frente, pero el otro también recibió lo suyo), que temporada tras temporada ha invertido lonchas vitales de su sueldo en el carné de socio...En fin, a él, un mártir de la camiseta rojiblanca, le han traicionado. Le están dando por culo. Así que esta noche al primero que defienda al inútil de Llorente le mata
. Así, sin más. ¡Que ya está hasta los cojones, ossssstiaaaaa¡.

En este estado de ánimo, bajo un sirimiri que no ayuda en nada, apoyándose en la muleta que
le ha acompañado toda la vida (o casi toda, es uno de los recuerdos visibles que le dejó el accidente) Iñaki enfila Pozas como uno más en la depresiva procesión de paraguas y txapelas que baja hacia el centro de Bilbao. Al poco, a fin de serenarse, cruza de acera y entra en la Marisquería Kaiku.

2

En ese mismo instante, cien metros más allá, Amelia sale por la puerta de la sala de juegos de Alameda Urkijo. Ha sido una tarde de mierda. Doscientos euros arrojados sin más al estómago de las máquinas de azar. Un desastre. Pero ellas no son culpables, pobrecitas. Ellas son lo más, las máquinas
. Le proporcionan emoción, aunque sea la de perder. Y eso es lo que ella necesita: emociones. Lo mismo que el río humano de bufandas rojiblancas con el que ahora se confunde y en el que, con toda probabilidad, está Miguel, su marido. Emociones. Por sus caras, las de los hinchas, por el arrastrar de sus pies, por el espeso silencio que les rodea, sabe que al equipo le ha ido mal. Así que esta noche deberá darse prisa por llegar a casa. Sólo una paradita rápida para un mosto que disimule el aliento de los dos gin-tonics...Tal vez ahí, en la Marisquería Kaiku.

3

Ramón, barman y dueño del local, tiene unas ojeras de asustar, con más pliegues que un acordeón y negras como la coca-cola.

- ...güendióss - le está diciendo a Iñaki - el pan de mis hijos, joder...Si éstos nos
mandan a segunda toda esta calle se va a la puta mierda...¡toda!...que te
lo digo yo...¡y a ver de qué vamos a vivir entonces¡...que estos cabrones están
jugando con el pan de mis hijos, ostia...

Iñaki mira al fondo de su cubalibre y piensa que está delante de un fenicio al que los colores le importan una mierda. Como terapia, el discursito del muy cabrón no le está sirviendo de mucho. Y esos manotazos sobre la madera de la barra le están barrenando los nervios...La próxima vez se toma el trago en el bar de enfrente, que es de marroquís.

- ¡Caparrós¡...¡Caparrós¡....pero ¡qué cojones Caparrós¡ ¿quién coño es Caparrós?

Ramón extiende los brazos como si fuera el Papa saludando desde su ventanita del Vaticano.

- Traed un inglés, joder. ¡Un inglés!. Y si no un Heynkes...Todavía mejor: ¡disciplina
alemana¡. Y al niñato que se le pille de juerga por ahí ¡a la puta calle¡...¡que para eso
cobran lo que cobran, güendiosssss¡...¡O no¡...¿eh?.

Iñaki asiente sin entusiasmo y se lleva el vaso a los labios. No tiene prisa. Es viudo desde hace cinco años. Así que nadie le espera en casa. Sólo el televisor. Y la tristeza.

4

Amelia ha entrado en el bar intentando ignorar los guiños eléctricos de la máquina de frutas: ¡Eh,tú¡,¡sí,tú¡, mira qué luces, escucha mi musiquilla... Ven y acaríciame, soy el placer, tu único placer. Déjame en paz, le responde Amelia en silencio. Ya basta. Basta por hoy. Amelia se coloca pegada a la barra, de espaldas a su enemiga, a la espera de que el camarero repare en ella.

- ¿Qué va ser?- le dice Ramón, que deja de lado a un Iñaki meditabundo y recorre el

par de metros que le separan de Amelia.

- Un mosto, por favor - le contesta Amelia.

- Un mostito pa la señora entonces...

¿Lo ha dicho con mala leche o es que el tío es así?. Amelia decide pasar esa insolencia por alto. Hasta que el muy imbécil vuelve con el mosto más triste que ella ha visto en su vida.

- Perdón...¿podría echarle un par de hielos?

Ramón la mira como quien mira un chinche aplastado en la pared.

- ¿Y quiere también una guinda?
- No. Sólo los hielos.

- No...Digo porque pa guinda y hielitos tiene usted el Hotel Ercilla un poco más abajo
señora...

Amelia está a punto de responder a ese vinagre cuando oye una voz que viene de su izquierda.

- Ramón, no seas así...hombre...y sé amable con la señora...que no tiene la culpa de
nada, joder.

- ¡Iñaki!...

- Hola, Amelia. Cuánto tiempo ¿no?.

5


El domingo siguiente es la víspera de nochevieja. Bilbao está empapada de navidad y miles de luces trepan por los tilos, bailan en los escaparates y levitan sobre calles y alamedas. Una ola de frío siberiano mantiene paralizada a la gente en sus casas, como máquinas en suspensión, sufriendo estómagos ácidos, riñones a medio gas, depresiones de temporada, próstatas bajas de batería y, lo peor, las vomitivas películas de Santa Claus. Sólo los niños saltan de aquí para allá, incordiando, sin una dirección fija, como maíces en una tostadora.

Son las cinco y media de la tarde, anochece y, bajo un cielo gris metálico, Amelia deja atrás el Museo de Bellas Artes camino del viejo puente de Deusto. Lleva la bufanda alzada hasta la nariz y de uno de sus antebrazos cuelga el bolso de las grandes ocasiones.¿A qué viene esta locura?¿Por qué no se da media vuelta ahora mismo? ...Todo había pasado hace tanto, tanto tiempo...Iñaki...El accidente le había dejado más de un año en coma...los médicos le daban por perdido...era solo una cuestión de tiempo el que se apagara para siempre...pero despertó y vino la larga rehabilitación, la silla de ruedas y poco a poco las muletas...cosas que supo por terceros porque para entonces ella ya tenía otra vida, se había trasladado a Oviedo, donde conocería a Miguel y permanería más de una década, y ...bueno, el caso es que olvidó, tiró para adelante, ¿qué otra cosa podía hacer?. Una vez, solo una vez le escribió una carta...una carta que nunca tuvo respuesta. Pero todo sucedió hace tanto, tanto tiempo...Una eternidad.
Sí. Se tomará algo rápido y le dirá hasta siempre. El pasado es el pasado y ya está.

6

Está a la mitad del puente cuando una neblina brillante avanza rápida por la ría hasta echársele encima. Amelia nunca ha visto nada parecido. Es como si una nube se desplomara sobre ella. En cuestión de pocos segundos la envuelve. La ciega. Todo lo que está dos metros más allá se difumina y después, deja de verlo. Menos mal que conoce muy bien el puente, así que sigue avanzando. Ahora lo hace despacio, con precaución, sintiéndose la trágica heroína de una película sobre Jack el Destripador. Y, sin embargo, algo está ocurriendo. Porque a cada paso...a cada paso se siente más ágil, más ligera. A cada paso su mente trabaja borrando datos, recuerdos, emociones a una velocidad vertiginosa...A cada paso su espíritu pierde lastre, se aligera, se recarga de ilusión, de futuros abiertos. Y cuando llega al final del puente, Amelia es una adolescente de diecisiete años que pierde el conocimiento frente al puesto de castañas. Un Seat 600 frena en seco y sus dos ocupantes corren a socorrerla. Al inclinarse sobre ella, del bolsillo de la gabardina de uno de ellos escapa un calendario de pared que queda extendido sobre la acera. Es de 1968. Y está sin estrenar.

7

Ese año habían perdido la Copa contra el Valencia, pero aún así, para Iñaki, "Piru" era el entrenador ideal. Si con alguien se podía dar sopa con ondas a los de Madrid era con él. Tenía todo su apoyo, el “Piru”, vaya que sí...Iñaki cierra y dobla La Gaceta del Norte cuando desde la radio de la cafetería llega hasta sus oídos la canción de Luis Aguilé . Dios, cómo odia a ese tipo. Está en todas partes. Es una puta pesadilla...Cuaaaaando salíííí de Cuuuubaaa, dejé mi viiida, dejé miamooorrrr... Puag. Iñaki mira el reloj. Las seis y media. Y Amelia que no llega. Qué raro.
Aparece al poco. Pálida. Con una expresión que no le ha visto nunca. Se sienta frente a él y deja unas castañas sobre la mesa.


- ¿Te pasa algo?...Tienes una cara fatal...

- Me he...desmayado...al final del puente...no sé...me he caído de repente...

- ¿Quéeeee? ¿Y eso?...¿te has caído al suelo?

Iñaki la mira buscando alguna señal de un golpe.

- Sí. Sí...Pero no ha sido nada...No me he hecho daño...pero...no sé...estoy... rara.

- ¿Rara?

- Sí...no sé...la cabeza...

- ¿Vamos al hospital?

- No. No. De verdad. Es solo...una sensación extraña. Es por dentro...Es como
si...Ni siquiera es una sensación mala...es...eso: rara. Enseguida estoy bien, ya
verás.

Amelia extiende las manos sobre la mesa. Iñaki se las coge entre las suyas. Están frías.

- ¿Quieres un café?

- No. Prefiero tomar el aire. Salgamos a la calle.

-¿Con el frío que casca?...¿Seguro?... En fin. Vale. Vámonos.


8

- Y mañana Nochevieja...¡este año la montamos parda!...¡1968!...¿suena bien, que
no?...¡me gustan los años pares!.

Iñaki está exagerando su entusiasmo. Es por ella. La ve tan lejana...Los dos están subiendo la cuesta de Sarriko, dirección a San Ignacio. La navidad está presente en detalles desganados, raquíticos, algunas bombillas solitarias, un "felicidades" pegado en el cristal de un comercio...cosas así.
Amelia avanza con la vista clavada en las baldosas de la acera. ¿Qué le está pasando?¿De dónde viene esta sensación tan...extraña?¿Por qué se siente tan alerta?. Iñaki habla y habla a su lado, pero ella está en otra parte.
Los dos caminan ajenos a todo y a todos, inmersos en su propio mundo. Ahora él se le ha puesto delante, la impide avanzar, agarra su muñeca y le pone algo en la mano. Es redondo, pesa, está envuelto en papel azul...


- ¿Y ésto?

- Tachaaaaannnn! Tu regalo de navidad. Ahí lo tienes. Sin más. Un impulso. Y en
reyes...bueno, en reyes ya veremos.

- Pero esto es trampa – dice ella - Siempre esperamos a los Reyes...yo...yo no tengo
nada para tí....

- Pero, ¿cómo vas a tener?...¡serías adivina¡¡Te digo que no importa¡....Venga,ábrelo.
A ver si te gusta.

Es una esfera. Dentro, en un líquido espeso, está reproducida en plástico la casa en que todos quisiéramos vivir, rodeada de una valla y suaves lomas onduladas. Puntos blancos de falsa nieve flotan de un lado para otro.

- Es preciosa...Iñaki...Pero tiene que haberte costado una pasta...

- Anda, cállate...que no es para tanto. Además...tiene que durar toda la vida ¿eh?

Iñaki agarra la bola, la agita con fuerza y la vuelve a poner en la mano de Amelia

- Mira...¡un tormentón!

Los dos juegan unos minutos, hasta que ella se introduce la esfera en uno de los bolsillos del abrigo y le abraza.

- Te quiero Iñaki...te quiero, ¿lo sabes, verdad?

Se besan, con una intensidad que atrae la atención de algún paseante. Se besan...Y , cuando sus lenguas se tocan, a ella le vuelve el escalofrío, la extraña sensación que le acompaña toda la tarde, desde el desmayo. Mañana irá al médico, pero ahora quiere seguir así, quiere exprimir estos instantes únicos, apartar las sombras que puedan preocupar a Iñaki que, por su parte, está exultante; Iñaki, que ahora levanta la cara hacia el cielo y abre la boca para atrapar las gotas de lluvia que empiezan a caer sobre ellos. Iñaki, que un segundo después está a dos metros de ella, riéndose, girando agarrado con una mano a la señal de tráfico, como Gene Kelly en "Cantando bajo la lluvia". Y entonces es cuando Amelia ve el camión . Oscuro. Destartalado. Viene hacia ellos como un leviatán enloquecido. El camión... Oye el espantoso chirrido de sus frenos. Le ve perder el control, invadir la acera quince metros más allá...

- ¡Iñakiiiiiiiiiiiiiiiiiii!

Y esta vez sí. Esta vez llega a tiempo. Y empuja a Iñaki con toda su alma, y le siente salir despedido mientras ella se ve absorbida por un torbellino confuso de gritos, giros imposibles, cristales rotos, hierros rasgando el asfalto y más, muchas cosas más que no tiene tiempo de distinguir pero que le oprimen, le agobian hasta hacerle tan dífícil respirar...
De ese magma humeante, ese agujero negro que abduce ahora la atención de toda la calle, surge a una velocidad endiablada un objeto que gana altura y, tras soportar el primer y brusco contacto con el pavimento, rueda, rueda y rueda por la cuesta de salesianos hasta que golpea con fuerza la fachada de un edificio cien metros más abajo, escupiendo fragmentos de vidrio en todas las direcciones, tatuando la pared con una mancha de gasoil a cuyos pies –como si fuera una ofrenda- queda olvidada la casa en la que todos quisiéramos vivir, ahora tan solo un insignificante pedacito de plástico moldeado que , al día siguiente, llamará la atención de un niño de dos años y medio que se agachará y lo hubiera alcanzado con su manita de no ser por el tirón enérgico de su madre, que le dice con una voz que le asusta: “no cojas porquerías del suelo”. Y la madre se da cuenta de que ha sido demasiado brusca porque desde donde se encuentra, pueden verse allí arriba, en lo alto de la cuesta, los restos de la tragedia del día anterior: el oscuro camión volcado, el árbol moribundo, la espantosa mezcla de sangre, serrín amarillento y barro negro. Y entonces coge al niño en brazos y –como si algo invisible les amenazara- se apresura acera adelante sin mirar atrás.

9


Las páginas de sucesos de los periódicos locales coinciden en titular:"Joven muerta en atropello". Y dicen además que tenía diecisiete años. Y que su novio, de diecinueve, con tan sólo unos rasguños, sufrió un ataque de nervios. Y que la tragedia, a esas horas de la tarde, estando la calle como estaba, en plena navidad, podía haber sido mucho mayor. Y en sus portadas, en un tamaño desacostumbradamente grande se puede leer: ¡¡¡Feliz 1968¡¡¡.

10


Bajo los focos de San Mamés, la afición contiene el aliento. Yeste golpea el balón que, con un efecto endiablado, peina la barrera del Murcia y entra por la misma escuadra. De puta madre. Iñaki brinca, se abraza a sus vecinos. Si siguen jugando así se llevan la Liga seguro; de hecho, si los cálculos no le fallan, van a entrar en el 2008 en cabeza, empatados a puntos con el Depor. Con un 3-0 a favor y a tan solo cinco minutos del final, el partido está más que sentenciado. Así que Iñaki decide evitarse las aglomeraciones y aprovecha ahora para abandonar su localidad y dirigirse a la boca de salida subiendo de dos en dos las escaleras de la grada. Nadie
diría al verle que tiene sesenta años.

sábado, 24 de noviembre de 2007

Sagitario


Aquí están los Sagitario
Su tiempo ha llegado y reinarán hasta el 21 de Diciembre.
Son un signo de fuego y por lo tanto, personas optimistas, inteligentes, voluntariosas y benévolas pero también pueden ser supersticiosos, exagerados, descuidados, superficiales e inquietos.
Estos dibujos los hice inspirándome en ellos y son mi tarjeta de felicitación para los que conozco... y para los que no.
Sed felices y disfrutad de la vida...que es más corta de lo que parece!!!!

martes, 20 de noviembre de 2007

Más dibujos y más cine

Otro homenaje al cine con mayúsculas: El cine negro. Con estas manitas!...bueno, y con tinta y con papel, claro.

Dibujando, dibujando...



Sigo dibujando en los libros. No lo puedo ocultar...
Aquí están algunas pruebas que lo confirman.

sábado, 17 de noviembre de 2007

Concierto para una muy buena causa

Este concierto que se celebrará en Madrid la semana que viene, es una manera que han encontrado unos lamas tibetanos que nos visitan este mes de noviembre, de llevar fondos a su monasterio en Tíbet: el Monasterio Gashar Songchu Khangtsen.

Si quereis saber más sobre ellos, entrad en

www.inkarri.org

Animaos. Siempre es un placer escuchar buena música.


LA REALEZA DE BRUNO PEKÍN


Una vez más, Bruno Pekín ha afilado su pluma y me ha enviado este regalito para seguir dejando su huella en este minimundo...A por él!!!!

EL EFECTO SIDDHARTA



Capítulo 1º- La confesión

Letizia mira de reojo al Príncipe y vuelve a sentirle lejos, muy lejos. Los dos van sentados en la parte trasera del coche oficial. Al otro lado de los cristales ahumados desfila la iluminación navideña del Madrid nocturno
. Son las once y veinte de la noche. Hace frío y el parte anuncia nieve para las próximas horas, pero el BMW es un confortable útero rodante que huele a calefacción, madera y perfumes de marca. Desde los altavoces y a un volumen muy bajo, Madonna tritura sin ningún pudor un viejo éxito de los 70. Letizia desvía su mirada de la nuca de Felipe a la de Damián, delante de ella, que conduce de regreso a La Zarzuela con la trabajada habilidad de no aislarse nunca del coche de escolta. Después, la mujer del Príncipe suspira, se apoya en el reposacabezas y cierra los ojos mientras piensa:” A estos les pasa algo”.

Felipe, con la mirada perdida en la calle, siente a su izquierda la desesperación de su esposa y se sabe culpable. Lleva más de un mes evadiendo sus preguntas con respuestas vagas. Pero el plan que tiene en la cabeza ya está en marcha. Y ahora necesita su colaboración. La de la Princesa
. Esta misma noche. Así que tiene que decírselo ya. Sin más demora.
El Príncipe carraspea frente a su ventanilla y permanece quieto, muy quieto, como posando para un retrato oficial mientras piensa: “Ufff”.

Damián conduce a través del mar de luces. A sus 50 años
, y con más de 20 al servicio de don Felipe como su chófer y hombre de confianza, él está al tanto de todo. Ha sido su cómplice en muchas travesuras clandestinas, sus primeros noviazgos, las escapadas con los amigotes... Fue él quien se ocupó personalmente a lo largo de casi dos años de las citas secretas entre el Príncipe y la Periodista que ahora es su mujer. Pero esto...lo que están a punto de llevar a cabo...esto es distinto... tiene un aire que no le gusta, no le gusta nada de nada...Pero qué se le va a hacer...Donde manda capitán, no manda marinero...De espíritu eminentemente práctico, mientras las verjas de la Zarzuela aparecen ya a lo lejos, Damián piensa : “¿Lo tengo todo?”.

Un rato más tarde, Letizia está en la cama, vestida con el camisón azul cielo y con la espalda apoyada en un enorme almohadón de plumas blanco. Tiene los brazos cruzados y en tensión, el gesto enfurruñado y una mirada asesina clavada en la puerta del baño del Príncipe , donde se oye el agua del lavabo correr desde hace más de veinte minutos. Mientras echa humo por las orejas, la Princesa piensa: “Y además, antiecológico”.

Dentro, Don Felipe consulta su reloj, cierra el grifo, se mira en el espejo y se dice en voz baja: “Vamos allá, campeón”.
Cuando Letizia le ve surgir al fin del baño aún vestido de calle ni se inmuta. Y cuando le oye decir “Tengo algo que contarte” hasta se relaja, preparada como está para soportar cualquier cosa menos la incertidumbre. Eso le parece lo peor de lo peor, la incertidumbre. De verdad. Un fastidio. Le pone de los nervios. Así que respira a fondo y se dispone a escuchar.

Capítulo 2º- La metamorfosis

Exactamente quince minutos más tarde, el Príncipe sale por la puerta trasera del palacete y se dirige a un coche no oficial de color azul aparcado en el jardín. Al volante ve el perfil de su fiel Damián. Atrás queda una Letizia boquiabierta con una gastada
edición del “Siddharta” de Herman Hesse entre las manos. Cuando la abra, once minutos más tarde, la va a encontrar subrayada en verde fosforito y con los márgenes repletos de anotaciones hechas a mano.

Cerca de la una de la mañana, el coche azul se detiene frente a una oficina de Banesto, junto a la estación de metro de Ríos Rosas . Hace un frío que pela y no se ve a nadie por la calle. Las puertas delanteras se abren al unísono y salen Felipe y Damián. Felipe se queda de pie en la acera mirando aquí y allá mientras el otro se dirige al maletero, del que extrae una gran bolsa de deportes y unos cartones. A continuación, utilizando una tarjeta de crédito, entran en el pequeño receptáculo del cajero automático, cuya cámara de vigilancia -según lo previsto- ha sido dos horas antes misteriosamente bloqueada. Una vez dentro, Felipe se va calzando un grueso abrigo grasiento, unas deportivas rotas y una roída gorra de lana calada hasta las cejas , al tiempo que entrega a Damián sus zapatos Capricci y el gabán de cuello alto. Luego extienden parte de los cartones sobre el suelo y el miembro de la realeza se tumba sobre ellos.

- Venga, ponme por aquí todo lo demás y ya te estás yendo....- le dice a Damián.

Así que Damián termina la faena: saca un tetrabrik sucio y desinflado
de vino Don Simon que coloca a la cabecera, una bolsa del Corte Inglés llena de jerseys viejos que deja por allí para que sirva de almohada real y, para rematar, de una caja de madera labrada extrae unas colillas que espolvorea aquí y allá por toda la escena...Luego, como un pintor profesional, toma perspectiva alejándose el medio metro que le permite el cubículo, inclina la cabeza a un lado y a otro como un metrónomo humano y, finalmente, con un gesto de hiena astuta, asiente satisfecho ante lo que ve.

- Señor, ¿está seguro de que esto...?
- ¡Damián! Eso ya está hablado...Te vas y vuelves a por mí a las siete en punto...así que aire...Antes, échame esos cartones sueltos por encima, anda...
Damián lo hace.

- Majestad, solo una pregunta...
- Quéeeeeeee....
- Su móvil...¿lo lleva encima? ¿lo tiene activo?
- Positivo...¿lo ves?
Efectivamente, el móvil está activado. El Príncipe lo vuelve a introducir entre la roña del abrigo.

- Y ahora, fuera Damián...venga...venga...
- Señor, ante cualquier cosa....
- ¡Fuera! ¡Ya!
El chófer abre la puerta y sale al frío de la noche madrileña.

Capítulo 3º- Efectos colaterales

A las tres y media de la mañana la situación es ésta. Letizia dormida boca abajo en su cama, las luces de ambas mesillas encendidas y Siddharta abierto en una página donde se puede leer “Quien no encaja en el mundo, está siempre cerca de encontrarse a sí mismo”.

Damián dormido al volante de su coche aparcado a unos 40 metros del cajero automático. Ronca, con la cabeza caída sobre el pecho y unos diminutos prismáticos de ópera entre las manos. En la radio encendida, Robin Williams machaca sin piedad un viejo éxito de los 70.

Don Felipe, dormido profundamente
, a pesar del zumbido de la fluorescente, del frío, de los picores en la cabeza provocados por la roída gorra de lana... A pesar de que la puerta se acaba de abrir y dos gitanillos de 9 y 12 años ahogan sus risas mientras arramblan con su móvil, su anillo de casado y su Don Simón...A pesar de todo eso, el Príncipe duerme, duerme como hacía tiempo que no dormía. A pierna suelta.

A las cuatro y once minutos de la mañana las notas de “Cantando Bajo la Lluvia” suenan en el Elíseo de París. Nikolás Sarkozy, con un zumo de frutas en la mano y vestido ya para su sesión diaria de footing
, atiende su móvil personal temiéndose lo peor. ¿Quién le llama a esas horas?. Sólo puede ser algo grave...muy grave. Cuando ve en la pantalla las palabras Felipe Borbón el ceño se le frunce hasta tocar el mentón...

- Aló....

Al otro lado se oyen risas sobre algo así como... el ruido de un camión de la basura...

- Aló...Aló...- tartamudea Niko.

Y ahora sí, oye claramente una voz que le dice: “Passsa tronqui...pasmaoooo y luego ...arriquintraunquitraunquitraunqui-quitraunquitraun...”, todo entre palmas y carcajadas...
La comunicación se corta bruscamente y Sarkozy se queda mirando el Erikson con la expresión de quien ve una rata muerta en la sopa. “Mon dieu!” dice para sí.

En los quince minutos siguientes llamadas parecidas tienen como destinatarios los móviles de Alejandro Sanz, Alberto de Mónaco, el Rey, Joaquín Sabina , una empresa de alquiler de veleros, otra de trajes a medida, Montserrat Caballé,
Pau Gassol y otros. En la mayor parte de esos casos el cachondeo queda grabado en los buzones de voz y será descubierto en algún momento de la mañana siguiente . Los pocos que atienden personalmente la llamada dudarán de la cordura del Príncipe para el resto de sus días.

A las cinco y veinte, Letizia se despierta inquieta y decide llamar al móvil de su marido, que justo empieza a sonar, el pobre, cuando está en el aire, recorriendo una parábola suicida que va desde lo alto de un puente hasta el duro asfalto de la M-30, donde quedará hecho añicos, a merced de los cascos de las camionetas de reparto. Letizia no puede intuir nada de esto. Sencillamente piensa que su marido ha cortado, no quiere hablar con ella. El muy cerdo.

Capítulo 4º- Las cartas boca arriba

A las ocho y cuarto de la mañana, como todos los jueves, la Familia Real desayuna en grupo. De todos ellos es el Príncipe el que parece el más descansado; el que, aunque silencioso, luce mejor humor. Nadie diría que ha pasado la noche sobre cartones. Hasta parece inmune a las miradas asesinas de su mujer
, que deja de sorber su café con leche cuando le ve golpear suavemente la taza -clic, clic, clic- con la cucharilla para llamar la atención de los demás, levantarse todo lo largo que es, carraspear y decir con voz alegre:

- Querida familia, tengo que deciros algo: Me voy a hacer
budista. Es una decisión que me ha llevado tiempo, pero...

En la cabecera de la mesa, su padre deja de sorber el té, extiende
hacia él una mano llena de dedos y escupe con voz de alcaparra:

- Pero... ¿por qué no te callas?